Sanaá - Saba: Informe / Gamil Al-Qashm
Estados Unidos ha utilizado el lema "Guerra contra el Terror" como herramienta de propaganda para justificar sus intervenciones militares en el Medio Oriente , pero los hechos han demostrado que nunca combatió el terrorismo, sino que lo creó.
Desde que Washington adoptó por primera vez este lema, se ha convertido en el principal patrocinador de grupos terroristas, explotando su presencia para crear caos, redibujar el mapa de influencia en la región, saquear sus recursos y justificar su ocupación militar de los países del Medio Oriente.
La estrategia de Estados Unidos no fue combatir el terrorismo, sino utilizar a los grupos terroristas como herramientas para justificar sus intervenciones militares. En lugar de eliminarlos, Washington contribuyó a su crecimiento y financiación para alcanzar sus objetivos políticos y militares.
Mediante estas políticas, los grupos terroristas se convirtieron en una herramienta en manos de Estados Unidos para rediseñar el mapa político y expandir su influencia. Con el tiempo, quedó claro que el terrorismo no era el enemigo de Estados Unidos, sino un medio para imponer el control sobre países y saquear la riqueza con el pretexto de combatir una amenaza de su propia creación.
A lo largo de las décadas, los acontecimientos han demostrado que Estados Unidos es el principal beneficiario de la propagación del terrorismo, adoptando una estrategia dual basada en el empleo de grupos terroristas para lograr sus objetivos políticos y militares, y luego interviniendo con el pretexto de combatirlos. El surgimiento de grupos terroristas, como Al Qaeda e ISIS, no fue simplemente el resultado de conflictos locales, sino más bien una extensión de las políticas estadounidenses iniciadas durante la Guerra Fría, cuando Washington utilizó grupos extremistas para combatir a la Unión Soviética y posteriormente los reutilizó para reconfigurar el mapa político según sus intereses.
En Irak, la invasión estadounidense de 2003 representó un paso hacia la reestructuración del panorama político y militar. Esta guerra condujo al desmantelamiento del Estado y creó un entorno propicio para el surgimiento de grupos terroristas, en particular el ISIS, que representó una extensión directa de las políticas estadounidenses en la región.
Tras su retirada de Irak, Estados Unidos dejó un vacío de seguridad que permitió a ISIS expandirse a un ritmo ilógico. Esto impulsó a Washington a regresar con el pretexto de combatir a ISIS. Sin embargo, la realidad reveló que la expansión de ISIS fue simplemente una justificación para una intervención militar, no el resultado exclusivo de la debilidad del gobierno iraquí.
En Siria, Estados Unidos apoyó a grupos armados bajo el disfraz de la "oposición moderada". Sin embargo, estos grupos eran simplemente una tapadera para facciones terroristas que utilizaban el apoyo estadounidense y del Golfo para provocar la guerra y destruir la infraestructura del país. Este apoyo contribuyó a convertir a Siria en un escenario de caos, al servicio de los intereses estadounidenses y sionistas. La intervención militar estadounidense se convirtió en parte de una estrategia más amplia para expandir la influencia de Washington en la región.
En este contexto, el ascenso de al-Julani a la cima de la escena siria no fue un mero desarrollo interno, sino el resultado del apoyo directo e indirecto de Estados Unidos. Washington y sus aliados brindaron cobertura política y logística a los movimientos de los grupos armados y facilitaron su acceso a armas bajo la apariencia de "oposición moderada", lo que les permitió expandirse y controlar territorio.
Al-Julani se convirtió en el líder de todos los territorios sirios a través de la banda Hay'at Tahrir al-Sham (HTS), que se transformó en la fuerza gobernante del país y cometió los crímenes más atroces contra civiles, como parte de un proyecto estadounidense para redibujar el mapa de influencia en la región.
El apoyo de Estados Unidos al terrorismo no se ha limitado a grupos extremistas. También ha sido un socio clave en el patrocinio del terrorismo sionista contra los palestinos. Desde la ocupación de Palestina, Estados Unidos ha brindado a la entidad sionista todo tipo de apoyo militar y político, y se ha convertido en cómplice de los crímenes cometidos por la ocupación contra el pueblo palestino. Este apoyo incluye la financiación del ejército de ocupación, suministrándole armas de última generación y brindándole apoyo diplomático ante las Naciones Unidas para que pueda continuar sus crímenes sin rendir cuentas.
Washington no solo ha brindado apoyo militar y económico a la entidad sionista, sino que también ha sido su protector político, utilizando su poder de veto en decenas de ocasiones para frustrar cualquier resolución del Consejo de Seguridad que condenara sus crímenes. Este apoyo ha permitido a Israel continuar sus violaciones sin temor a sanciones internacionales.
Durante las últimas décadas, Washington ha utilizado la cuestión del "antiterrorismo" como pretexto para silenciar cualquier voz de resistencia. Cualquiera que rechace la hegemonía estadounidense o se enfrente a la ocupación israelí es etiquetado como terrorista, mientras que los grupos extremistas que sirven a los intereses estadounidenses son clasificados como "oposición legítima" y merecedores de apoyo. Este flagrante sesgo estadounidense ha puesto de manifiesto la falsedad de sus afirmaciones sobre la lucha contra el terrorismo, revelando que Washington no lo combate, sino que lo protege y lo utiliza como herramienta para alcanzar sus objetivos coloniales.
Yemen no quedó al margen de estos proyectos estadounidenses. Durante décadas, Washington utilizó al antiguo régimen como herramienta para impulsar sus planes y consolidar su presencia militar mediante bases secretas y políticas destructivas. Estas políticas contribuyeron al debilitamiento del Estado y facilitaron la libre operación de grupos terroristas en ciertas zonas, sirviendo como herramienta de presión cuando fuera necesario.
Sin embargo, la situación cambió con la revolución del 21 de septiembre de 2014, que asestó un golpe devastador a los proyectos de Washington. El pueblo yemeníta logró derrocar la tutela estadounidense, expulsar a sus agentes y acabar con la influencia estadounidense que había permeado las instituciones estatales.
Esta revolución representó un cambio estratégico que le costó a Washington una de sus esferas de influencia más importantes en la región y convirtió a Yemen en un modelo único para enfrentar los proyectos estadounidenses. Esto impulsó a Estados Unidos a lanzar una guerra agresiva, utilizando sus herramientas en la región, con el objetivo de devolver a Yemen a la hegemonía. Sin embargo, esta guerra, a pesar de su brutalidad, no logró sus objetivos. Por el contrario, fortaleció la posición yemeníta y demostró que el pueblo yemeníta es capaz de perseverar y de frustrar cualquier complot extranjero.
Yemen hoy no es solo un campo de batalla, sino un ejemplo vivo del fracaso de la hegemonía estadounidense. Ha logrado romper sus herramientas y exponer la falsedad de sus lemas. Con la perseverante firmeza de los pueblos libres, es evidente que el proyecto estadounidense en la región se enfrenta a su inevitable fin, y que la hegemonía cimentada en el terrorismo se derrumbará ante la voluntad popular y su creciente concienciación.
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